Acostada en la ciudad,
arropada por la oscuridad y el silencio,
duerme la noche en la madrugada
En ella, como el sueño que ameniza la noche,
una puerta roja, insomne, se abre silenciosa
invitando a entrar en un juego prohibido,
donde las melodías... suaves,
la luz... tenue
y los perfumes hormonales
se concentran deseosos de escapar
por la puerta del fondo,
puerta que conduce al cielo de los sentidos,
al éxtasis sexual.
La barra relajada,
concurrida de parejas espontaneas,
ofrece un asiento oscuro
donde comienza el pavoneo
de las misses de la calle
luciendo los abrigos de piel
con los que nacieron.
Moviendo, acariciando,
abrazando y besando
secuestran por instantes la razón,
hasta dejarla encarcelada
por los instintos animales que a la luz no existen
y arrastran a la bestia que está dentro,
emborrachada por las mieles vulvicas
que gotean incesantes, de los panales de placer.
Tras ellas, a pocos pasos
La puerta que marca el principio y el fin
se abre ansiosa de placer.
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