Sola deshabitada y maltratada
apareció ante mi.
Descuidada, abandonada y triste
era su fachada;
el lugar perfecto
para este vagabundo errante,
perfecta para una noche,
perfecta para una vida entera.
Poco a poco, la distancia entre los dos
menguaba,
y poco a poco sentía
que necesitaba cariño...
que necesitaba amor.
Al llegar a ella
una puerta tabicada,
infranqueable, aparecía
pero no me iba a detener.
Horas de arduo trabajo nocturno
con mi cuerpo como única herramienta;
horas poniendo lo mejor de mi
para conseguir entrar en ella,
horas eternas, que al alba
obtuvieron el fruto deseado.
Detrás de aquellos ladrillos
aparecía ante mi
un interior deteriorado por manos
despiadadas, manos que se aprovecharon de ella
sin dar nada a cambio.
Sin tomar aliento,
armado de valor y sin temer la derrota,
comencé a mimar aquella que probablemente,
viviría conmigo mucho tiempo.
Días de trabajo levantando
las paredes derribadas por la incomprensión,
semanas reconstruyendo el hogar
que una vez dio calor,
meses decorando el exterior
que una vez pareció muerto.
Y cuando por fin sonrió
y supe que mi trabajo había terminado,
en un amanecer de invierno,
partí en busca de otra casa que ocupar.
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