Beso cada rasgo de tu cuerpo
con labios húmedos.
Tu y yo refugiados en la noche,
envueltos en dos números.
Beso suavemente tus mejillas
luego tus lóbulos, tu cuello,
tus senos y tu vientre.
Me acerco al tesoro,
a la rosa de la vida.
Cabalgan mis labios por tu cuerpo
hasta llegar allí;
donde nadie más ha llegado.
Cabalgan temblorosos, desesperados
por llegar, temerosos
de perecer en el camino.
Al fin el horizonte
deja ver el valle,
fresco y húmedo.
Mis labios llegan
y beben sedientos
del río que por allí fluye,
del fértil manantial.
Las laderas temblaron,
el río se secó,
con el último suspiro.
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